martes, noviembre 20, 2007

 

IQUITOS: Un viaje inolvidable al paraíso divino

Esta es la crónica de una excursión placentera a la selva, donde la naturaleza nos muestra todo su esplendor y el calor de su gente siempre dispuesta a brindarnos su hospitalidad y atención a pesar de sus enormes necesidades que se grafica en la extrema pobreza que cada día los envuelve en el olvido.

ESPECIAL:
Texto y Fotos
EDUARD LOZANO


El periplo comenzó el martes 13, a las 4 de la madrugada. Después de varios intentos tomé un taxi que me cobró 15 soles del centro de Lima al aeropuerto Jorge Chávez. El avión partía a las 5 y 20 am a Iquitos, menos mal esta vez llegué a tiempo.
Después de una hora y 15 minutos de vuelo llegué a la calurosa Iquitos por segunda vez. Hace dos años estuve en este lugar y quedé sorprendido por su belleza, principalmente, por la impresionante flora y fauna que atrae al más intrépido o apasionado turista nacional o extranjero.
Entusiasmado salí del aeropuerto y busqué a Manuel, un tipo carismático que me hizo la carrera la primera vez en su vetusta mototaxi. Miraba entre la multitud y no lo encontré. Tenía que tomar cualquier servicio, el más barato, obviamente. “Ocho soles te cobro, amigo”, me dijo un señor con su moderno automóvil, sin dudar acepté la oferta.
Lléveme a un céntrico hotel que cobre barato, le dije. Me llevó al Copoazú y ahí me quedé. Después de tomar una ducha salí en busca del tours a la selva. Los operadores conocen a los forasteros, muchos se acercaban a ofrecer sus servicios, sin embargo, quería encontrar a Manuel porque él conoce a operadores que cobran cómodo el tours y, además, porque le prometí regresar para conocer más su ciudad.
Caminando por la Plaza Mayor logré ubicarlo en una esquina, siempre en su mototaxi. ¡¡¡Manuel!!!, le grite. Volteó la mirada y me dijo con su tono charapo: “hola amigo, cuándo has venido”. Conversamos unos minutos, le dije que iba a ver a Ulises, el operador de Carrusel, que me brindó el tours la otra vez y que él me presentó.
“Tienes que ir a otro sitio mejor”, me respondió. “Vamos, sube a la moto te llevo a un amigo que hace expedición a la reserva del Pacaya Samiria”. Y fuimos a un hotel cerca de la ciudad y me presentó a Guido Julca, un tipo jovial que estaba cerrando trato con unos turistas extranjeros. “Salimos a las 4 y 30 de la tarde por siete días a la reserva, en barco. Vienes con nosotros”, me dijo.
Cuánto costará eso, pregunté, porque no tengo mucho dinero y debo estar el domingo en Iquitos para regresar a Lima. Además, como parientes tienes que hacerme un descuento. “¿Parientes?”, preguntó. Claro, soy Eduard Lozano Julca. “No te creo. Muéstrame tu documento”, me pidió emocionado. Al chequearlo dijo: “Ya, te cobraré una tarifa especial y asunto cerrado”. Inmediatamente fui al hotel a empacar las cosas para salir a la expedición.

RUMBO A LA RESERVA
A las 5 de la tarde llegamos al puerto donde nos esperaba el barco que iba a Yurimaguas con pasajeros y carga. El barco era de tres niveles, nosotros íbamos en el segundo nivel (Guido, su ayudante, y los tres turistas extranjeros: Ian, Lauren y Duncan). Todos los pasajeros acomodados en una hamaca. Así viajamos toda la noche, navegando por el río Amazonas.
Al siguiente día (miércoles 14) aproximadamente a las 6 de la mañana llegamos a San Joaquín, una comunidad donde se quedaron algunos pasajeros y subieron otros. Seguimos la travesía y una hora después, Guido nos mostró el lugar donde se une el río Marañón y Ucayali, formando el imponente Amazonas, un lugar muy atractivo por su importancia y admirable paisaje.
A partir de ese momento empezamos a navegar por el río Marañón, y a las 8 y 45 de la mañana llegamos a Nauta. En este lugar permanecimos un buen tiempo y nuevamente los motores del barco se encendieron hasta la próxima parada, nuestro destino final: San Regis, una gran localidad próxima a convertirse en distrito.
Llegamos a las 12 y 45 pm a San Regís, con la temperatura que alcanzaba los 30 grados. Nos instalamos en una vivienda construida de material noble. Almorzamos, descansamos un par de horas y salimos en una pequeña embarcación a recorrer los atractivos de la zona. Cada uno con su remo, era muy interesante porque vimos delfines rosados, sin embargo, algunos obstáculos en la quebrada (árboles caídos con el paso del tiempo) nos obligaron a regresar.
Poco a poco se acercaba la noche y los zancudos aparecían para banquetearse con nuestros cuerpos. Ni el repelente los detenía en su feroz ataque en busca de sangre. Solo había que soportar y complacernos con rascar la zona enrojecida.
Esa noche dormimos en San Regis, con mosqueteros cada cama, porque los zancudos aumentaban en busca de sangre.

PRÓXIMA PARADA: LA PALIZADA
Jueves 15, desayunamos y enrumbamos a La Palizada. Una embarcación con motor nos transportó por el río Marañón a esta comunidad que se encuentra sumida en la pobreza extrema. Tras una intensa lluvia llegamos a la 1 y 30 de la tarde y un cuadro realmente deprimente nos esperaba, con muchas necesidades básicas por el condenable olvido de las autoridades.
A pesar de las adversidades, la gente aún mantiene la esperanza de que algún día sean atendidos. Por la noche llegó Wilson (hermano de Guido), con ambos nos tratábamos de “primos” por el apellido. Nos hicimos buenos amigos. Él me comentó la gestión que habían iniciado para convertir a San Regis en distrito y tener su propio presupuesto para atender a comunidades como La Palizada.
Me pidió mi opinión sobre la gestión que estaban realizando y cómo deberían afrontar en el futuro este reto. Me pareció interesante su proyecto y le di algunas pautas para reforzar su gestión. Mi apoyo continuará mediante contacto vía Internet, espero que todo salga bien, le dije.
Y es que la motivación por ayudar surge por las necesidades del pueblo. No tienen energía eléctrica, agua, desagüe, telefono fijo ni celular, ni un adecuado servicio de salud y educación. Es decir, es una comunidad incomunicada donde la gente vive de lo que le ofrece la naturaleza.

A CAMINAR
Nos internamos en la selva en la primera caminata. Agua mineral en bolsa, repelente, y gorra para cubrirse del sol fue necesaria para la travesía encabezada por Guido e Isidro (operador de la embarcación). Nos explicaron las bondades de los árboles, sus propiedades curativas y la inmensa riqueza natural que aún no es aprovechado por obvios motivos.
Nos trepamos en lianas (la soga de Tarzán) por unos momentos. Se siente bien colgarse en medio de los árboles. Posteriormente, avanzamos a un lugar para extraer jugo de caña.
Tras varias horas caminando regresamos a La Palizada para almorzar un riquísimo arroz con pato. Bueno, Guido había llevado todo lo necesario para la estadía en este lugar. Lo curioso es que, al finalizar la jornada, teníamos que bañarnos en el río.
La primera noche en La Palizada fue terrible. Roedores por todos lados recorrían la vivienda, menos mal que solo fue esa noche porque a la siguiente no paso nada aunque para los dueños no era novedad. Lo que si nos perjudicó fueron los zancudos que picaron por todos lados.

LAS PIRAÑAS NO SON MALDITAS
Viernes 16, salimos a caminar un poco y retornamos a pescar pirañas. La primera vez que vine a Iquitos hice lo mismo, pero en esta oportunidad picaron varios de estos peces que generan temor en la multitud.
Es increíble pero las pirañas están a la orilla del río donde se baña la gente. Donde también nos bañamos nosotros.
“No hacen nada. Cuando los atacas, te atacan y pueden destrozarte el dedo”, contaron los lugareños.
Efectivamente, comprobamos la voracidad de la piraña cuando Guido acercó un pez a la boca de la piraña y se prendió hasta arrancarle la carne.
Esa tarde cayeron como diez pirañas en los anzuelos del grupo.
Por la noche tocaba otro desafío: cazar cocodrilos. 8 y 35 pm fuimos en el bote en busca de los lagartos. Con linternas iluminando el Marañón empezó el reto. Guido, el gringo Ian y otro muchacho conocido como el caza lagartos atraparon dos de aproximadamente un año. Lo llevamos a la casa y tras fotografiarlos los devolvimos al río al siguiente día.
El caza lagartos también atrapó un oso perezoso al cual fotografiamos y luego fue devuelto a la madre naturaleza.

REGRESAMOS A SAN REGIS
El sábado 17, luego del desayuno, regresamos a San Regis. La despedida fue muy triste. La gente se había encariñado con nosotros y la mayoría salió a despedirnos a la orilla del río mientras la embarcación tomaba posición para partir.
La próxima parada fue Monte Alegre (cerca de San Regis). Nos instalamos en la casa de Isidro, el operador de la embarcación, jefe de la comunidad. Nos prepararon pato en el almuerzo. Su esposa es artesana y nos vendió lo mejor de su trabajo a precio cómodo.
Esa tarde hice la caminata más complicada. La verdad, me cansé. “ésta es tu despedida, primo”, me dijo Guido mientras se vacilaba del cansancio.
Por la noche fuimos todo el grupo a un bar en San Regis. Nos quedamos hasta la media noche tomando cerveza Iquiteña, mientras los gringos jugaban casino. Regresamos a la casa de Isidro a dormir.
Al siguiente día, domingo 18, después del desayuno, nos despedimos de nuestros amigos porque teníamos que regresar a Iquitos.
Tomamos el barco de regreso a Nauta y llegamos a las 2pm. Luego enrumbamos por la carretera a Iquitos en auto.

ULTIMO DÍA
El lunes 19 era último día en Iquitos. Fui al complejo turístico de Quistococha. Un lugar muy atractivo donde se puede encontrar a los animales que habitan en la selva. Ahí estuve hasta las 4 de la tarde cuando regresé al hotel para sacar mis cosas y partir al aeropuerto.
Manuel me esperó en la puerta del hotel para llevarme, pero su vetusta moto se malogró en el camino. Paró un auto de su amigo y me llevó al aeropuerto. Aproximadamente a las 6 de la tarde regresé a Lima, llegando a las 7 y 20 de la noche.
De esta manera culminó mi segundo viaje a Iquitos, sin duda, inolvidable, con nuevos amigos que conocí y con la esperanza de volver pronto.

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